jueves, 22 de mayo de 2025

¿La compasión de María fue corredentora?

Fuente: FSSPX

La teología nos ha demostrado que la compasión de María participó a nuestra salvación como meritoria, como satisfactoria, como sacrificial, a imagen de la Pasión de Cristo. La última característica es: redentora, o más precisamente, en el caso de la Virgen María, corredentora.

El estudio teológico del papel de la Pasión en la Redención comenzó en la Edad Media. Lo mismo ocurre con el estudio de la compasión y la corredención. El concepto de corredención se encuentra en la tradición solo implícitamente en las expresiones: nueva Eva, sociaadjutrix (asociada, ayudante).

La enseñanza de los Papas

León XIII, en su encíclica Adjutricem populi: llama a María la "Reparadora del mundo entero".

Benedicto XV, en su carta apostólica, Inter Sodalicia: “Con su hijo que sufre y agoniza, María soportó el sufrimiento casi como si hubiera muerto ella misma. Para procurar la salvación de la humanidad y apaciguar la divina justicia, renunció a sus derechos como madre de su Hijo. En la medida en que pudo hacerlo, inmoló a su Hijo. Por lo tanto, se puede decir que, junto con Cristo, ella redimió al género humano”.

Pío XI, en su alocución del 30 de noviembre de 1933: “Por la naturaleza de su obra, el Redentor debió asociar a su Madre a su obra. Por esta razón la invocamos con el título de Corredentora".

Razones teológicas

Era conveniente que una mujer participara en la Redención puesto que una mujer participó en la caída: la caída es obra de toda la humanidad, y Dios hizo que la recuperación fuera obra de toda la humanidad.

1) La Redención designa metafóricamente la obra de salvación de los hombres a través de una doble relación:

– Desde el punto de vista de los efectos: se comparan con una liberación de la esclavitud del demonio, del pecado y de la pena incurrida por el pecado.

– Desde el punto de vista de la acción realizada para obtener estos efectos: se compara con una compra, donde el comprador aporta su propio bien para obtener el bien que desea. Solo es comprador si:

* Él mismo lleva a cabo el intercambio.

* Si la parte que aporta le pertenece propiamente.

Este es el caso de Jesucristo que paga Él mismo el precio, y este precio es su Sangre. Por estas razones, le corresponde por derecho propio a Cristo ser Redentor.

2) Hablar de Corredención, es designar una participación en esta obra. En lo que se refiere a la Madre de Dios, podemos comprender su manera de participar en la Redención comparando su papel con el de Cristo:

– Respecto a los efectos: Nuestra Señora obtiene en conveniencia lo que Jesús obtiene en justicia. Se producen los mismos efectos, pero con una eficacia subordinada, aunque universal.

– Respecto a la acción que produce estos efectos, comparada con una compra:

* Únicamente Cristo ofrece el sacrificio de su Sangre como sacerdote, pero Nuestra Señora se une a esta intención, después de haber proporcionado a la víctima.

* El precio ofrecido pertenece propiamente a Cristo, pero también es algo de María, por 3 razones:

- El precio principal, la Preciosa Sangre, se produjo a partir de la sustancia de María.

- Su aceptación (el Fiat) es la condición sine qua non de este rescate.

- Algunos de los dolores de la Pasión solo existen porque el Salvador tiene una asociada.

“La presencia y el sufrimiento de María dan a la Pasión de Cristo una cualidad de la que habría carecido. A una Redención que deseaba ser la ofrenda a Dios de todo el sufrimiento humano le habría faltado el sufrimiento de María. Jesús podía sufrirlo todo, excepto esta compasión por sus propios sufrimientos. Todo aquello que desgarra a dos seres que se aman, y el dolor de uno que resuena en el otro, esto es lo que la presencia de María cerca de Jesús, en su sacrificio redentor, le permitió vivir en nuestro nombre. Nicolás, Theotokos.

3) El lugar especial de la nueva Eva en la Redención puede comprenderse más claramente si lo comparamos con la participación de los demás justos en la Redención:

– En cuanto a los efectos:

* Los méritos de los justos tienen una eficacia particular, mientras que los de Nuestra Señora tienen una eficacia universal.

* Además, los justos obtienen solo la aplicación de los méritos de la Pasión, mientras que la Virgen participa en su adquisición.

– En cuanto al acto Redentor:

* Al igual que María, los fieles se limitan a unirse a esta intención, pero con una caridad menor.

* Aunque Jesús es de naturaleza humana, los fieles no pueden reclamar como suyo el precio ofrecido, o al menos no en la medida en que puede hacerlo la Madre de Jesús. Los fieles se limitan a ofrecer sus propios esfuerzos en unión con la Cruz. Nuestra Señora también lo hace, con más perfección.

Conclusión

La Redención se realiza así en tres etapas, en las que interviene el Hijo de Dios, como agente principal, y su Madre, de modo secundario:

– La Encarnación, que instituye al Mediador, Dios y hombre. Nuestra Señora interviene según la gracia de su maternidad divina.

– La Pasión, en la que Cristo lleva a cabo su mediación. Nuestra Señora participa a través de su compasión.

– La aplicación de las gracias, ejercicio de la gracia capital de Cristo. La Madre de Dios participa en esto según su papel de mediadora universal de las gracias

 

 

L

jueves, 15 de mayo de 2025

SAN AGUSTÍN, Sermón 215, 4.





Foto Julio Ricardo Castaño Rueda
 4. " Somos, podemos, en Jesucristo, nuestro Señor, nacido del Espíritu Santo y de la virgen María. También podemos compartir la misma buena fortuna que María compartió al creer en alguien que amó creer en nosotros.

 

Después de haberle prometido al chico, me pregunté cómo podría suceder esto, porque no sabía que valiera la pena. En realidad, sólo conocía un modo de concebir y dar luz; Aunque no lo hubiera vivido personalmente, había aprendido de otras mujeres –la naturalidad es repetitiva– que el hombre nace del hombre y de la mujer. El ángel te dará la respuesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Todopoderoso te cubrirá con su sombra; Por tanto, el que nazca será santo para vosotros, y será llamado Hijo de Dios . Entre estas palabras del ángel, ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo antes en su mente que en su pecho, dijo: Aquí está el clamor del Señor; Hágase en mí según tu palabra . Cúmplase, digo, que una virgen conciba sin semilla de varón; nacido del Espíritu Santo y de una mujer virgen que hará renacer la Iglesia del Espíritu Santo, virgen también. Ocultad de Dios a aquel santo que nació de madre humana, pero sin padre humano, pues convenía que fuese hijo del hombre que nació en forma admirable de Dios, como Padre, sin madre alguna; de esta forma, nacido en aquella carne, cuando era pequeño, resucitó de un pecho cerrado, y en la misma carne, cuando era grande, resucitó, entró por puertas cerradas. Estas cosas son maravillosas, porque son divinas; son inefables, porque también son inescrutables; la boca del hombre no basta para explicarlo, porque pequeño es el corazón para investigarlo. Nosotros creamos a María, y en ella cumplimos lo que creamos. Creemos también el nuestro para que podamos demostrar que también lo cumplimos. Aunque este nacimiento es maravilloso, pienso, sin embargo, ¡oh hombre!, que vino a ti Dios, que es el Creador de la criatura: Dios que permanece en Dios, el Eterno que vive con el Eterno, el Señor igual al Padre, no olvidándose de tomar la forma de siervo para beneficio de los siervos, criminales y pecadores. Y esto no es por mérito humano, podemos merecer mejor el castigo por nuestros pecados; Sin embargo, si escondemos nuestros ojos en nuestros malos espíritus, ¿por qué se resisten los hubies? Así, por los siervos impíos y pecadores, el Señor fue digno de nacer, como siervo y hombre, del Espíritu Santo y de la Virgen María. "

 

Oración

 Dios te salve María y Sub tuum - Madre de Dios, Virgen, salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo ( Lc 1,28); Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre ( Lc 1,42), porque has engendrado al Salvador de nuestras almas.

 Nos refugiamos en tu misericordia, oh Madre de Dios: no desprecies nuestras súplicas en las tentaciones, sino líbranos de los peligros, oh única pura, única bendita.

  Preparado por la Pontificia Facultad Teológica «Marianum»

 Roma

jueves, 1 de mayo de 2025

La servidora de los promeseros

Foto: archivo particular

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

 “Y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué…” (1Cor 11, 2).

 La historia y la tradición oral de Chiquinquirá tienen una voz femenina con acento a caridad apostólica. La encargada de esa tarea restauradora es Jenny Madeleine Alfonso Peña, una enamorada de la cultura religiosa de su terruño.

Su oficio de guía, por las sendas de la nacionalidad, empezó en octubre de 2002 cuando venía del desierto de la fe. Era una joven que ignoraba la hagiografía mística de la Rosa del Cielo, pero el tejido de sus circunstancias y creencias tuvieron un choque con la realidad. Un día, cuando era estudiante del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) en prácticas de secretaria general, cumplió con sus tareas de pasantía en la Parroquia de La Renovación y ejecutó un trabajo extra.

Fray Aldemar García, O.P., la envió al museo para acompañar a unos peregrinos. Momento crítico porque no sabía nada de la pinacoteca. El recorrido por los salones se limitó a leer los carteles informativos. ¿Qué otra cosa podía a hacer?

La revisión de contenidos le llamó la atención porque en un cuadro al óleo se reflejaba una luz sobre el vientre de María Santísima. Este signo lumínico cuestionó a su razón. La reflexión fue unida a la afirmación de los visitantes de haber visto algo en el pozo, cuyo vidrio estaba opaco. La acción sembró una semilla de acercamiento al misterio divino. La incertidumbre de las dudas fue resuelta con más preguntas. Los frailes dominicos celebraron la fiesta a la Virgen Peregrina, lienzo apuñaleado en Rionegro (Santander), 1913. Así se enamoró de aquella advocación martirizada y elegida para ser la Reina de Colombia.

El naciente amor tuvo esperanzas, desvelos y plegarias porque antes de entrar en las aulas de la Mariología dogmática e histórica debía prepararse con el catecismo, la práctica de los sacramentos y estudiar las cartillas del Sistema Integral de Nueva Evangelización (SINE). El tiempo de formación eclesial la mantuvo atenta al servicio de su prójimo.

Y en una de esas correrías de atención al turista se encontró con el cuadro de la Anunciación. El anuncio le indicó un rumbo distinto. La brújula de su catequesis le marcó la ruta de escuchar a los promeseros. Un campesino, repleto de arrugas y acervo, regresó de un rincón de la ignota geografía del país para adquirir el agua del pozo. El buen labriego persignó con el líquido a sus nietos y le pagó una salve a la Virgen. Esa escena costumbrista le movió su corazón hasta combinar el asombro con la incredulidad y la obligatoria investigación. El resultado de la instrucción fue superior.  Desde entonces se dedicó voluntariamente a cuidar a los forasteros cargados de ofrecimientos y dolores. Jenny compartió esa urgente necesidad de comprender un fenómeno de la gracia divina cuyo portento se expresa a través de la Esclava del Señor.

La misión ardua era explicar la escasa biografía de los protagonistas residentes en una encomienda del Nuevo Reino de Granada de 1562 a 1586. Las preguntas capciosas, las dudas maliciosas, la desmemoria temporal y el tumulto de gentes variopintas con afanes mercantilistas (pago y me voy) le complicaron el rato de clase. Tuvo que acudir a la sapiencia académica de fray Luis Téllez, O.P., y de sus textos auténticos sobre un milagro vigente. La devoción le invitó a complementar la tesis con la lectura de cierta cantidad de páginas desconocidas para el público.

El movimiento se volvió agotador y complejo.  Debía informar de lo ocurrido en aquella capilla de 1586 a un conglomerado diverso en su erudición. La mayoría de los colombianos ignoraban la extensa crónica sobre las maravillas ocurridas en un pantanoso sitio prehispánico. Allí los jeques muiscas cambiaron sus ritos idolátricos por el Evangelio de Cristo.

Testigo y huella

El ritmo vertiginoso de la romería trajo, por la calzada de antaño, la razón a tantas incógnitas. El jerarca de una familia de agricultores invitó a sus incrédulos bisnietos a vivir un secreto ancestral. Junto a un viejo totumo, enfundado dentro de una mochila de fique y tapa de corcho, les relató la forma correcta de valerse de la antiquísima técnica de la siembra del agua. Jenny dejó sus reparos y comprendió que las leyes de la física, bajo la voluntad del Altísimo y por la intercesión de Nuestra Señora, se rompen. Siete pozos de agua sembrada seguían funcionando en la vieja heredad del venerable anciano, desde el siglo pasado.

Los relatos asombrosos marcaron esos renglones de su vida. Una señora se presentó con una deuda a la Virgen. Su padre tuvo un accidente que le afectó la movilidad de una pierna. Sin recursos médicos no le quedó más remedio que una camándula y la súplica humilde a la Patrona.

El convaleciente le encendió velones blancos en su altar casero a la Virgen, el 9 de julio. Se curó y le encargó a su hija ir a Chiquinquirá a pagar la ofrenda. La demora del después se interpuso entre las buenas intenciones y la fe. El beneficiado enfermó y murió. Esa mujer tardó 35 años en cumplirle la promesa. Ella visitó la iglesia. Llegó movida por el recuerdo de su progenitor, un devoto de Maria de Chiquinquirá, la Madre Dios. Son tantas las emociones vividas a través del testimonio que bien podrían copar los capítulos de varios libros. Suspira y su exposición trae a colación otras declaraciones.

Un viajero argentino, cuya esposa no podía tener hijos, vino a visitar a la Virgen Morena porque quería, sí y sólo sí, que bajo aquella imagen milagrosa se le concediera el don de la maternidad a su consorte. Al año, el matrimonio feliz volvió desde las tierras del sur con su niño para consagrárselo a La Chinca.

La señora Alfonso cerró su lista de conversiones con el caso de un sujeto declarado ateo volteriano y confeso de anticlericalismo. Ese escéptico, al escuchar la salve en el Pozo de la Virgen, cayó llorando al suelo. Y de rodillas regresó al amor de Dios.

Baluarte de paciencia

El oficio de asistir tiene su senda de abrojos. El peregrinaje arrastra a ciertas personas de contradicciones evidentes.  Salen de comulgar en la basílica y pasan a la parroquia a insultarla. ¿Motivo? Porque no sabe dónde está la tumba de María Ramos. Y la querella: ¿por qué tiene lápida con el título de “Sierva de Dios” si la santa madre Iglesia no se lo ha otorgado? (Reclamo justísimo).

Ese inconveniente, de repetidas conductas grotescas, no cesa.

El otro tema del desacierto lo componen algunas empresas promotoras del ecoturismo. Esas instituciones olvidan en sus programas el carácter mariano que identifica a la ciudad. Y, además, surgen los oportunistas de ocasión para diseñar propuestas de formar jóvenes tutores sin haber hecho la primera comunión.

Al final de la conversación, es doña Jenny la que sienta un precedente formal contra el olvido, ese amante de la amnesia nacional.

Los chiquinquireños no queremos apropiarnos de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá renovada. Queremos relegar el legado ancestral. Y lo más grave de esa razón telúrica es pretender rescatar los mitos del Terebinto, pero no la historiografía del santuario. Ella se pregunta, ¿dónde está la identidad de nuestro patrimonio religioso?

jueves, 24 de abril de 2025

El novenario de un equívoco

Foto Julio Ricardo Castaño rueda

 Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

 “quien acepta la corrección gana en entendimiento”.  (Pro 15,32)

 

Los libreros de Chapinero guardan la memoria cultural de la antigua Atenas Suramericana. Lo fascinante de aquella profesión del libro es que permite adquirir rarezas bibliográficas en promoción.

 El ejemplo del buen suceso ocurrió en días pasados cuando se adquirió por un precio, entre simbólico e irrisorio, un ejemplar de la Novena a María Santísima del Rosario de Chiquinquirá por el P. Fr. Domingo Barragán, O.P.  (Edición aumentada con ejemplos), 1913.

 Al momento de pagarla, el vendedor se dio cuenta de la confusión. No se podía regalar por unos pocos y devaluados pesos colombianos esa obra maravillosa de la tradición religiosa raizal. Por un instante crítico dudó, pero mantuvo caballerosamente su oferta con un argumento doloroso: “sólo es una novena de Nuestra Señora”.

 Lo cierto, mi cachifo feriante, son las características particulares de esa pieza. Está encuadernada en cuero fino de color marrón en muy buen estado para sus 112 años de trajín. Su tamaño es de 15'6 x11'4 y 48 páginas en perfectas condiciones de lectura. Fue producida por la Imprenta de La Cruzada de Bogotá. Además, quizá, su primer dueño decidió coserle, antes del apéndice, un mohoso cuadernillo de cuatro páginas del Via crucis. Material aprobado por el arzobispo Bernardo Herrera Restrepo.

 Su crónica devocional sirve para aclarar un yerro del linotipista que aún confunde a los investigadores de estos temas tan especiales y específicos. El éxito particular del objeto en mención se remonta a principio del siglo XVIII con otro título.

 El 6 de febrero de 1734 en Sevilla (España) se otorgó la respectiva licencia para la impresión del Modo de rezar la novena, y culto devoto a la Rosa del Cielo María Santísima del Rosario en su milagrosa imagen de el pueblo de Chiquinquirá de el Nuevo Reyno de Granada. A cuidado y solicitud de M.R.P Mro. Fr. Pedro Masústegui, definidor y procurador general de la Provincia de S. Antonino de Predicadores.

 En mayo, de ese año, el impresor mayor, don Juan Francisco Blas de Quesada, la publicó por primera vez.  Casi medio siglo después, en Santafé de Bogotá, los frailes dominicos autorizaron la reimpresión en el taller de Antonio Espinosa de los Monteros, 1780. Luego de esa publicación pasaron 16 años y fray Domingo Barragán, O.P., mandó a prensa otra tirada. Santafé de Bogotá, 1796.  Este sacerdote era el prior del Convento de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

 La tarea de Barragán, O.P., espero 33 años para solicitarle al impresor Andrés Roderick de Bogotá una nueva copia titulada: Modo de rezar la novena y culto devoto a la Rosa del Cielo María Santísima del Rosario en su milagrosa imagen de Chiquinquirá del Nuevo Reino de Granada, 1829. Este material fue reimpreso en Lima (Perú) por el capellán Félix Moreno en la Imprenta de Instrucción Primaria, 1843.

 Sin embargo, don Nicolás Gómez estampó en 1841 un texto al cual le cambió el nombre y se lo adjudicó al difunto fray Domingo Barragán, O.P. El impreso fue titulado: Novena a María Santísima del Rosario en su milagrosa imagen de Chiquinquirá cuyo contenido es idéntico al texto de 1734. La Biblioteca Nacional de Colombia conserva un ejemplar.

El error de trocar encabezamientos, sin tocar el contenido original, continuó. En Barcelona (España) La Dominicana de R. de Valero divulgó la Novena a María Santísima del Rosario de Chiquinquirá.  Atribuyéndola a fray Domingo Barragán, O.P., 1907.

Y de regreso a nuestro ejemplar de 1913 vale la pena rememorar lo siguiente. Ese cumplió, en aquel mes de octubre, con un relanzamiento para reivindicar la devoción a la Rosa del Cielo. El ejemplar fue comercializado con el nombre impuesto por el tipógrafo barcelonés. Los fieles rezaron como reparación espiritual al lienzo peregrino de la Virgen de Chiquinquirá. El cuadro fue ferozmente cercenado a cuchillo dentro del templo de la Inmaculada Concepción de Rionegro (Santander), 20 de abril de 1913. Esto sin olvidar los atentados sacrílegos de Pamplona (Norte de Santander) y Simacota (Santander) en la misma peregrinación pro coronación de la imagen milagrosa de la Patrona. La “novena de Barragán” definitivamente se injertó en las costumbres religiosas de los devotos peregrinos después del famoso 9 de julio de 1919 cuando un pueblo creyente, y bajo la egida del santo padre, coronó a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá como Reina y Patrona de Colombia.

El disparate de la errata volvió a la península ibérica con su carga de abolengos. En el año 2021, todocoleccion.net ofrecía la antigua novena con algunos suplementos añadidos producto de su recorrido histórico por las épocas nacionales.

“BARRAGÁN, Fr. Domingo (O.P.): NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE CHIQUINQUIRÁ, reina de Colombia. Edición aumentada con ejemplos y una reseña histórica. 15'6x11'4, 68p (impresión borrosa de págs. 11 y 14), reproducción en b/n en texto p.1. Rúst. roz, mermas en lomo. Imprenta de Veritas Chiquinquirá s.f - Edición posterior a 1944, año en que se celebraron las bodas de plata de la coronación de la Virgen, pormenorizadamente relatadas”.

Hoy, 2025, los almacenes de artículos religiosos de la Villa de los Milagros venden ediciones de dominio público en rústicos ejemplares. En estos papeles, de dudosa reputación editorial, aparecen los gozos de la primera novena, la del maestro Masústegui, O.P., 1734. El autor nunca reclamó derechos de autor y por esa razón los comerciantes le dan el crédito a fray Domingo Barragán, O.P. (1746-1829).

miércoles, 9 de abril de 2025

El futuro, conversación entre hermanos

Autor: el programa (IA) del profesor

Estimado

Julio Ricardo Castaño R. 

 

Te escribo para presentarte un informe sobre el uso de inteligencia artificial (IA) en la creación de imágenes específicamente al utilizar una base de datos única. Este trabajo se ha dado en un marco de investigación privada y creo que te resultará interesante.

Descripción

Desde hace un tiempo llevo a cabo un proyecto en el que se utilizó un modelo de IA para generar imágenes a partir de una base de datos única que contenía imágenes de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Material que se encuentran en la red de internet. La IA fue entrenada para aprender patrones y estilos específicos de estas imágenes, lo que le permitió crear nuevas representaciones visuales.

Proceso de creación

1. Selección de la base de datos: se eligió una base de datos única que contenía 20 de imágenes, cuidadosamente seleccionadas, para asegurar una variedad de estilos y temas. Cabe aclarar que a las imágenes escogidas se les quitarnos los metadatos.

Los metadatos de una imagen son un conjunto de información “oculta” que se incrusta dentro del archivo de la imagen. Se les llama “datos sobre los datos”, ya que describen y contextualizan la propia imagen.

La información que se puede encontrar en los metadatos de una imagen es variada y depende del formato del archivo y del software o dispositivo que la creó. Algunos de los datos más comunes incluyen:

Datos técnicos de la cámara: modelo de la cámara, objetivo utilizado, ajustes de exposición (apertura, velocidad de obturación, ISO), uso de flash, balance de blancos, etc.

Información de la imagen: dimensiones (ancho y alto), resolución, profundidad de color, formato del archivo (JPEG, PNG, etc.), perfil de color.

Fecha y hora de captura: cuándo se tomó la fotografía.

Ubicación geográfica (etiqueta GPS): coordenadas de latitud y longitud del lugar donde se tomó la foto (si la función de ubicación estaba activada en el dispositivo).

Información del autor o creador: Nombre del fotógrafo o propietario de los derechos de autor.

Descripción y etiquetas (palabras clave): texto que describe el contenido de la imagen y palabras clave para facilitar su búsqueda y organización.

Información de derechos de autor y licencias: detalles sobre la propiedad intelectual y los permisos de uso de la imagen.

Software utilizado: El programa con el que se editó o procesó la imagen.

2. Entrenamiento del modelo: se utilizó una Red Generativa Antagónica (GAN) para entrenar el modelo. Este proceso implicó alimentar a la IA con las imágenes de la base de datos permitiéndole aprender las características visuales y las relaciones entre diferentes elementos.

3. Generación de imágenes: una vez completado el entrenamiento, la IA fue capaz de generar nuevas imágenes. Por ejemplo, se le proporcionó la descripción “realizar una imagen basada en la base de imágenes que han sido cargadas” y, en respuesta, creó una imagen que capturaba esa esencia donde mostró colores vibrantes y detalles casi realistas.

Resultados y aplicaciones

El resultado han sido seis imágenes que mostraban un alto grado de originalidad sin llegar al error o profanación de la imagen que representa a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

Consideraciones finales

Es importante mencionar que, a lo largo del proyecto, se consideraron aspectos éticos como los derechos de autor y no menos importante, la representación simbólica del arte y la imagen sagrada de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Se establecieron pautas para asegurar que las imágenes generadas no sean compartidas ni difundidas ni tampoco guardadas en bases de datos públicas.

Espero tu análisis sobre este ensayo y por supuesto cualquier indicación para que se enmarque este proyecto tecnológico, y se respete el dogma mariano. 

 

Saludo Atte.

Prof. Jaime Alfonso Castaño Rueda

  

Respuesta

Mi querido Jaime, Dios te bendiga. Mil gracias por acordarte de nuestra Patrona. Ella es el símbolo católico de una Colombia lacerada por la amnesia.

La Sociedad Mariológica Colombiana (Academia de Estudios Marianos) ha recibido tu interesante ponencia con el estupor propio de la sorpresa. Tu texto abarca varias disciplinas tecnológicas que invitan al adecuado cuestionamiento por la profundidad del tema.

Tu trabajo, profesional, es fascinante en su concepción gráfica e iconográfica como modelo experimental de una técnica pionera. Repetidas gracias por el proyecto mariano que abre, sin dudas, un campo extraordinario para la historia y la conservación del patrimonio cultural de esta nación. En tus manos, el talento reposa en la virtud de la responsabilidad.

Y es justamente en el ámbito de lo novedoso donde la vieja duda metódica asalta con su carga de interrogantes y futuros inmediatos. Me preocupa lo que pueda pasar en unos años, no más de un lustro. El programa está aprendiendo. Absorbe el conocimiento humano a un ritmo de memoria medida en gigas de capacidades infinitas de almacenamiento de información sólo digna de ser procesada por la especie creada a imagen y semejanza de Dios.

La muestra enviada, producto de tu programación, es una creación que tomó símbolos pictóricos con características sagradas para los devotos de María Santísima. Para mi análisis era una pieza única, desconocida, defectuosa, pero fascinante. Para mi alma de promesero había una duda punzante. La tecnología era gestora y reguladora, mediante un computador, de una realidad virtual que se apoderaba de experiencias y expresiones artísticas acumuladas por los siglos del saber. La genialidad, ante el lienzo plasmado por las manos destinadas para inmortalizar un concepto dogmático, estaba en vías de extinción.

Difícil no aplaudirte de pie por tu fidelidad a María de Chiquinquirá, pero imposible no preguntarte. ¿Terminará por esclavizar la inteligencia artificial a esa potencia del neuma llamada inteligencia?

Y este mundo, educado por emoticones y guiado por redes sociales, se postrará ante el gran ídolo de su ateísmo comercial. El hombre quiere dejar de pensar para que la máquina pueda razonar.

 

 Mi abrazo, de sangre y sentimiento, te cubre con una plegaria de hermano.

 

 

 

 

jueves, 3 de abril de 2025

La Virgen de la Peña, tradición y familia

Foto Archivo particular
Por Germán Fernández P.

Anatilde Pardo Pardo y Urrea, de las bogotanas que alguna vez existieron, nació al final del agitado siglo XIX, en casa, como era mandado. Vio la luz en el bogotanísimo barrio Las Aguas, carrera 2ª, número 20-2. Inmueble ubicado diagonal a la casa donde vivió el expresidente José María Obando, a su llegada del exilio en el Perú.

Su padre, Silverio, era héroe de la guerra, de cualquiera de las últimas carnicerías decimonónicas (1876, 1885, 1895, 1899). Su hermano, y primogénito de Silverio, en una familia de cuatro, fue tambor mayor en la Guerra de los Mil Días, él era de esos que se ponían al frente del batallón en el combate, solamente protegidos por su hombría, un par de baquetas y los latidos del tambor infundiendo valor. Se batió con ardentía en la refriega de Peralonso en diciembre de 1899 y en Palonegro les echó plomo con un fusil Gras hallado al azar, a los liberales, comecuras y masones, alebrestados por el declarado hereje -por sus contradictores-, Rafael Uribe. Al final de la matanza, le ayudó al general, Próspero Pinzón, a conseguir limosnas para san Antonio de Padua, en agradecimiento por la victoria contra los rojos, fanáticos doctrinarios. Silverio, era recio e indiferente con sus hijos, al punto que cualquier hazaña siempre era poco comparada con lo que él había logrado. De su hija sólo esperaba que fuera monja clarisa, aunque renegaba por tener que pagar la dote a la iglesia.

Doña Merceditas, su madre, matrona cachaca, hija de bogotanos, al igual que su esposo, comandaba el hogar con enorme serenidad, pero con disciplina en cuanto al catolicismo, la tradición, la familia y la propiedad. Rezaba el rosario sagrado en familia, a diario y de rodillas, cada tarde antes del chocolate. A comienzos del siglo XX, la elegancia bogotana no era lo que sería unas décadas después, pero Merceditas se encargó de que sus hijos y su marido fueran parte de ese despertar de la moda, la cultura, el traje oscuro y las ínfulas británicas.

En los días del centenario de la Independencia, Anatilde, aún muy niña, disfrutó de la Exposición Agrícola e Industrial de 1910 en el Bosque Izquierdo o Bosque Hermanos Reyes, un parque (luego llamado de la Independencia) sobre la Calle Real y hasta pudo darle la mano al presidente Ramón González Valencia, un conservador de tuerca y tornillo, casado con la queridísima Rita Arcadia Antonia Ferrero Atalaya (nombre pronunciado con erre de rolo), nacida en el Santa Fe de antaño. Anatilde les contaba una y otra vez a sus nietos en los años 70 este encuentro presidencial. cuando regresaban al famoso parque y los llevaba al carrusel de los caballitos ta- llados en madera del señor Emiliano Peinado, una obra de arte instalada e inaugurada en el año 1906. Los equinos de palo, varias décadas después, todavía cabalgaban bajo las riendas de unos vándalos que los arriaron para las pesebreras del mercado de pulgas de San Alejo. 

Anita, como terminaron llamándola, solía mirar sus cerros orientales como si se tratara del Olimpo. Una de esas salientes vigorosas de la cordillera, hacia el Sur de la ciudad, exhibe (aún) una cruz y un santuario. Ella, el domingo primero de enero de 1922 por fin subió a conocer la Ermita de la Peña Vieja por el empedrado del Barrio Egipto, hasta llegar a la servidumbre de la finca La Peña y avanzar por el filo del despeñadero a la cima. Allí, entre las ruinas de 1714, todavía se alojaba lo sagrado… una rebanada de la gran cordillera de Los Andes que vive bajo el azote de los vientos del alto de Diego Largo y bajo la guardia de unos frailejones flacos y unas rocas laceradas por el abandono.

Anatilde, al regreso de la sacra morada, se sentó en el sitio de Piedra Ancha, cerca de las antiguas Tapias de Pilatos, tierra de suicidas y punto de referencia en su ruta de peregrina. Se acomodó a tomar caspiroleta fría y a rememorar, como era su costumbre, la crónica de la Virgen de la Peña en su familia. De chiquilla, en las piernas de papá Silverio, escuchaba fascinada hasta quedarse dormida la historia de su cuarto-abuelo paterno, don Francisco Antonio Pardo. Él fue uno de los pocos aristócratas que se atrevió a meterle el hombro a las andas en las que bajaron la mole de piedra de la Virgen, en la noche del 30 de noviembre de 1716, hasta su templo. Los milagros, celestes y humanos, ocurrieron al borde de un abismo hambriento por saborear una desgracia. El cerro celoso exigía un peaje macabro por aquel tesoro que le arrancaron a punta de cincel, el cantero Luis de Herrera y sus ayudantes, aprendices del oficio de esculpir.

El indio Ramón Cabiativa, carguero frontal izquierdo, tropezó y flaqueó. El bloque de esculturas se vino abajo y le atrapó la pierna diestra a Francisco, mientras que el comité logístico se santiguó azorado. Francisco se veía abrumado, gritos y lamentos se juntaron con los vientos montañosos de aquella mañana. Llegaron barras de hierro, fuerza bruta, sogas de fique, pujidos muiscas, bendiciones eclesiales, blasfemias de mayoral y cantos de esclavos se unieron en la sinfonía del esfuerzo para levantar la estatua y rescatar al mutilado. Los ceroferarios y el turiferario mayor quedaron estupefactos al ver que la extremidad inferior enterrada entre el cascajo demolido por el porrazo, estaba intacta. ¡Ni la propia madre de Francisco lo podía creer! 

La intercesión de la Virgen era patente y verificable. El llanto alegre y las alabanzas marianas espantaron a las borugas trasnochadas por el bullicio del gentío. Del eco de golpe, prodigio y testimonio, surgió la devoción familiar por Nuestra Señora de la Peña. El fervor se injertó, genéticamente, en cada generación de los Pardo. Décadas posteriores, la familia subió con Nariño a darle gracias por salvarles la vida de las hordas frenéticas de Baraya en 1813. Y otro de los ancestros de Anatilde, un cazador de guacas, estuvo el 10 de agosto de 1819, fiesta de la Virgen de la Peña, en el altozano de la capilla cuando vio desde la loma llegar a Bolívar, escoltado por Hermógenes Maza. El general venezolano montaba, en un brioso caballo moro prestado, luego de vencer en Boyacá.

Y como si la tinta de la certificación escaseara, Merceditas la llevó, cuando apenas caminaba sola, en septiembre de 1902, a conocer a la Virgen en la parte baja de la montaña, en la fiesta de su natividad para pedir misericordia por lo miembros de la familia que seguían en batalla. Ocasión que el vicepresidente golpista, José Manuel Marroquín, escogió para subir a entregarle la bandera de Colombia a la Reina del Cielo y a pedirle el cese de la guerra civil. Dos meses después, en la cubierta del acorazado Wisconsin, los matarifes de la patria firmaron la paz.

Anatilde, con su pasión por la historia y sus historias, aprendió de memoria que la capilla de Nuestra Señora de la Peña también tiene un pasado enorme, que inició oficialmente con la bendición del ilustrísimo arzobispo del Nuevo Reino de Granada, don Antonio Sanz Lozano. El prelado dio licencia para la veneración pública de las sagradas imágenes, encontradas en el Alto de la Cruz, y el permiso de construcción de una morada digna para la Sagrada Familia que estaba cansada de vivir en el páramo. El calendario marcó el 24 de febrero de 1686, domingo de quincuagésima, domingo de carnestolendas, domingo de jolgorio y paganismo montañero, concluía aquella bogotana enamorada de sus ciudad. El patronato recayó sobre los hombros del cura de almas, doctor Diego Pérez de Vargas, tercer capellán de la Peña, el 9 de mayo 1724. La posesión eclesial se dio sobre una tradición raizal y muy santafereña. La Peña era el templo de Santafé de Bogotá y por su puesto los Pardo siempre tendrían en las bancas un lugar privilegiado y en sus bolsillos un diezmo generoso.

Hoy el patronazgo, que desde la advocación católica se alza en la montaña arriba de Los Laches, es olvido. El Señor, en Monserrate, y la dama de la intercesión, en Guadalupe, parecieran solo observar la debilidad humana en la Sabana; pero un poco al sur está Nuestra Señora de la Peña, desbordada de mercedes, ejerciendo de incógnita su consagración urbana. Es un acto de fe.

En el ‘año de los temblores’ después del 31 de agosto de 1917, Anatilde y los cien mil habitantes de la ciudad corrieron por las calles y se encomendaron a todos los santos. Al año siguiente, cuando la Gripa Española, volvieron sometidos sus ojos agotados por el luto a la Virgen de la Peña, su Patrona. Lo prometieron todo y para siempre…

Lo divino y lo humano

Anita poco salía de casa, se sentía apocada. Leer los libros a los que tenía acceso no le bastaba. Sólo las historias de la vida de los santos, el devocionario católico y la vieja edición del catecismo del padre Gaspar Astete, reimpresa en Bogotá por Ayarza en 1836, le daban una pausa a aquellos días sombríos. Entonces encomendarse a la Virgen de la Peña era el aliento vital de su costumbre y su tiempo. El ocho de diciembre no faltaba a las procesiones que subían del caserío de Belén por entre una muchedumbre de promeseros sudorosos que cantaba Reina de Colombia y seguían el estandarte del obeso cura de Las Cruces.

Sin embargo, se hizo adulta y sin dejar sus devociones, también se abrió al mundo. Así, los años empezaron su cabalgata sobre la vida. A Anita y a su espíritu firme, inconforme, y hasta jacarandoso, no les costó trabajo que su familia muy pacata los alejara. De hecho, su hermano Jorge, bautizado así por Merceditas en honor del príncipe de Inglaterra (y luego rey Jorge V), tomó las riendas de la familia gracias a su habilidad para los negocios, y hasta logró desheredarla cuando ella apenas llegaba a los 25. En represalia, ella, contra toda norma de la época, se fue a vivir sin casarse con uno de sus primos, lo que dividió la familia, unió el odio y separó la fortuna de los Pardo, que habían llegado de España como joyeros del virrey Antonio José Amar y Borbón.

Con la crisis de los años 30, el único que logró crear nueva fortuna fue Jorge, que hasta le prestó cinco mil pesos a un político bogotano para que le comprara a un paisa el que sería un gran diario político a medios del siglo XX. Trajo a la ciudad la primera flota de taxis, que en realidad eran carros que ya estaban parqueados porque eran vehículos particulares importados sin comprador y él solo les cambió el uso. Su genialidad de mercader entró a disputarle los pasajeros al tranvía e impuso una empresa de buses intermunicipales que abrieron las vías del progreso a la incipiente industrialización del país. Eso sí, su hermana Anita, desterrada y todo, no cambió la elegancia, las buenas costumbres ni el santo rosario con su camándula romana antes del chocolate santafereño. El ritual del cacao incluía los tres hervores, servido en jícara de plata y bebido a soplo y sorbo, como mandan los cánones de la más rancia tradición.

Con los años, la rutina y las infidelidades a cuestas, Anita decidió separarse de su primo y con los dos hijos que tuvo con él, se fue para abrirse camino por sí sola, aunque su apellido le duró unas décadas más en su peregrinaje al cielo. El mayor tenía seis años y la menor tres pero la relación entre madre e hijos sólo se hizo estrecha en la edad adulta de estos.

Vivió en varias casonas de tres patios y solar y en algunos palacetes del centro de la ciudad, donde alguna familia cercana le daba posada. Levantar dos niños sola no era fácil. La mayoría de los colegios eran regidos por la curia o por monjas y no aceptaban descendencias de madres solteras. Con esfuerzo y moviendo influencias, logró que un benefactor de la comunidad Lasallista le consiguiera un cupo a su hijo mayor en el Colegio de la Salle de la calle 10. A la niña sí tuvo que mandarla interna a una pequeña escuela para niñas, regida por la señorita Umaña, donde la educación estaba muy orientada a conocimientos técnicos, que llevaban a las mujeres a ser secretarias cuando grandes. Anita trabaja por ratos o siempre hubo un buen amigo que le ayudaba con los gastos.

Un día viajó con una amiga que también era madre soltera a Chía, para pasear y montar a caballo en la Hacienda Fusca, propiedad de un viejo conocido de los hermanos de su amiga. Al regreso, su hija que apenas tenía cinco años empezó a llorar y a gritar de una forma incontrolable y desproporcionada porque no quería subir al tren que las devolvería a la ciudad. La pequeña aseguraba que el tren se descarrilaría. En medio de la algarabía y la vergüenza por el espectáculo, con plena flema cachaca, decidieron aplazar el regreso un día más. Efectivamente, al otro día en los gritos de los voceadores de prensa se escuchaba el anuncio del Nuevo Tiempo:

 —“¡¡¡El Ferrocarril Central del Norte que iba de Chía a Bogotá, se salió de la carrilera!!! ¡¡¡El accidente dejó 30 heridos y un muerto!!!”.

Desde esa fatídica tarde, la niña empezó a ver y a escuchar en las casas donde vivieron cosas que nadie más podía. Eso hizo que cambiaran de vivienda varias veces. Anita llevó a la niña donde el Dr. Bohórquez, médico veterano y estudioso que siempre cuidó de los niños de la familia. Le hicieron mil exámenes buscando la anomalía, pero nada fue concluyente. La pequeña se mostraba bastante normal, pero lo que en ocasiones veía y escuchaba se hacía por momentos escalofriante. La novena a la Santísima Virgen de la Peña, al comienzo, y la primera comunión que se realizó a sus 11 años, dieron fin a aquella sensibilidad extrasensorial.

Anita no tenía la paciencia para aquellos retos extrasensoriales ni el tiempo para estar con su hija, ella necesitaba trabajar en el día y salir en la noche a la bohemia ilustrada de la época. Por eso, después de que la niña aprendió las primeras letras y las matemáticas con la señorita Umaña, prima segunda de Emilia Pardo Umaña, la enfermera que cambió las jeringas por el linotipo, decidió mandarla, por varios años, al internado de señoritas que había en el colegio vecinal de Suba. A lo lejos, había un pueblo al Norte de la capital.

Mientras tanto, trabajó en muchas empresas de amigos de la familia, dentro del gueto de los bogotanos que se fueron derritiendo sociológicamente con las hordas calurosas de los migrantes. En su juventud se le había permitido aprender temas de administración y contabilidad en su casa, con clases impartidas por profesoras egresadas de la Escuela Remington de Comercio, lo que le daba ciertas competencias para estar en cualquier empresa. Al mismo tiempo, era una dedicada asistente a la vida cultural, al teatro, la poesía y hasta la llegada del cine la llevó muy de cerca a los hermanos Acevedo, que introdujeron al país aquella magia dibujada sobre el nitrato de plata.

En sus tertulias sobre el arte en New York, lugar al que nunca viajó, conoció a un hombre taciturno y sabio, que la introdujo en el mundo del rosacrucismo, una de las sociedades secretas que desde el siglo XIX florecieron bajo las sombras nocturnas de los nogales de la ciudad. Incluso aquel hombre la hizo amiga del maestro Israel Rojas, (iniciado que esparció conocimiento sobre temas místicos, botánica y salud). El metafísico y teósofo que la llevó a estos nuevo mundos se llamaba Julio Z. Torres y también se introdujo en su cama y en su vida. La presentó en el mundillo de otras logias secretas de Bogotá, con sus élites llenas de ritos y misterios que aún hoy se ocultan bajo el asfalto de la ciudad de nadie, donde la nada es el símbolo.

Los comienzos con estos grupos y seguir algunos de sus ritos la seducían. Lo que más le atraía eran las conexiones de aquellas creencias con los hechos históricos del país, pero nunca se “afilió” de forma definitiva con ninguno. Le dejaba esas cosas a Julio. La oración, la fe en la Virgen de la Peña y en el rosario, la mantuvieron libre, según su punto de vista.

Julio, que se la pasaba viajando a Venezuela a verse con los teósofos de esas tierras, fue alguien que entraba y salía de su vida, con baches de años en los que no se sabía nada de él. La última vez que regresó, lo hizo muy viejo, para que ella lo acompañara a su partida hacia nuevas encarnaciones.

El hijo mayor, Manuel Pardo, sin segundo apellido, finalmente se fue para la Armada a buscar buen viento y buena mar. Ana estaba algo orgullosa de eso, hasta que un medio día, recibió el telegrama que le notificó que su muchacho había desertado de la marina. El badulaque se voló por una ventana del alojamiento de cadetes de la Escuela Naval Almirante Padilla durante una noche de niebla corsaria en Cartagena de Indias. Nunca más se volvieron a abrazar. Las largas cartas que iban y venían no hallaron más lugar en la bolsa del cartero. Así las cosas y en medio de aquella frustración, decidió sacar a su hija del internado en Suba y traerla a la ciudad para llenar sus soledades y los vacíos supurantes que dejan, en madres e hijos, las madres ausentes.

La niña, ya de unos 15 años, salió casi de un infierno. No había sido el maltrato físico de aquella pedagogía francesa de la letra con sangre entra, sino además que alguna de las profesoras europeas la abusó sexualmente por más de tres años.

Durante aquellos días de infancia y preadolescencia, de la hija en edad fisiológica, y de la madre en madurez y sensatez, verse no fue frecuente ni fácil, además de separarlas la hora a lomo de caballo desde la estación del tren hasta donde vivía internada la pequeña, experiencia equina que Anita odiaba, también mediaba el miedo de una niña que se sentía olvidada y el sentimiento de una madre para quien transitoriamente aquella maternidad era un lastre impertinente. Casi no se hablaban cuando se veían, Anita solo la regañaba por cualquier cosa y se limita a hablar con la directora del internado.

La nación en que vivían madre e hija se llenó de información, los gritos de los voceadores de prensa anunciaban el estallido de la conflagración en Europa. Los destellos de la guerra relámpago, del general Heinz Guderian, llegaban vigorosos a una urbe pueblerina que reflejaba las enfermedades de su sociedad y a un país con sus campos resentidos e incendiados por los rojos y los azules de la política.

En ese escenario, juntas y solas, lamiéndose mutuamente sus heridas sicológicas, emprendieron una nueva etapa de vida, de luchas y sobrevivencia.

Anita que llegaba a su edad media era una mujer alta, elegante y divinamente bien vestida. El rimero de postales, que le escribían con gran poética varios hombres enamorados, venía con posteriores favores que se convertían a su vez en el dinero para sobrevivir. Las cosas se estabilizaron y hasta llegaron a tener un par de pequeños locales comerciales de venta de lencería importada en la calle 12, al lado de la Iglesia de San Juan de Dios, hasta que un tal Roa Sierra, mandado por los godos, amigos de Fidel Castro, mató al caudillo de la restauración moral, Gaitán. “El Negro Forfe Eliécer”, le decían los tranviarios del barrio La Perseverancia al difunto, y todo fue llamas y cenizas, como su futuro. Hasta la Virgen de la Peña decidió dar la espalda a aquellas noches tenebrosas. Los chisperos, embrutecidos por una sobredosis de chicha con güisqui, subieron hasta la iglesia de la Peña a buscar al padre Ricardo Struve en la sacristía. Al buen capellán le dejaron a aguardar unos cálices y una custodia robados en la calcinada iglesia del Hospicio.

El país, la ciudad y sus vidas cambiaron. Los Pardo muy encerrados en la llovizna capitalina no fueron prolíficos. Su progenie quedó casi extinta. Jorge, que hasta inauguró con presencia de todo el jet set de la ciudad el Teatro San Jorge, con todo y sus billetes, terminó al cuidado de la Hermanitas Descalzas y a una de esas monjas francesas le dejó 25 mil millones de pesos de los años 60. La sierva de Dios dejó los hábitos y regresó a su Montpellier del alma a buscar un amor olvidado.

Anita cuidó los últimos días de Julio Z Torres en una pensión muy digna y luego se hizo cargo de sus nietos, mientras su hija asumía sus propias devociones y retos.

Los ojos de Anita, como la lluvia fría de la ciudad, pasaron con angustia por muchos momentos de una Bogotá que de la elegancia se fue volviendo agresiva, esquiva, indolente. No se volvió así por gusto, sino por los actos insultantes de sus pasajeros.

Ella y la ciudad de entonces ya no están. Diez millones de almas, bogotanas por accidente y sin convicción, apenas y sienten intriga por esa saliente de la cordillera con los muros blancos de una derruida capillita en la punta del cerro El Aguanoso. El Niño Jesús, la Virgen María, san José y el arcángel san Miguel dejaron su imagen tallada en roca, allí, en la ermita… como los cachacos, también se fueron. La ciudad y el santuario se dan la espalda. 

Anatilde terminó cobijada por su hija María, que resultó menos vibrante que su madre y por el contrario trabajó toda su vida, siendo una madre e hija entregada e incomparable. Ella también toma el chocolate, con clavos y canela, a las seis de la tarde, después del rosario desgranado con camándula de piedra negra como la Virgen de la Peña. 

*Con la contribución y revisión historicista de Julio Ricardo Castaño Rueda, escritor, periodista y miembro prominente de la Sociedad Mariológica de Colombia. Autor del libro Nuestra Señora de la Peña, la Escultura de Dios.

martes, 25 de marzo de 2025

El anuncio de la nombradía


Foto Julio Ricardo Castaño Rueda
Por Julio Ricardo Castaño Rueda 

Sociedad Mariológica Colombiana 

“…y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué…” (1Cor 11, 2).

 El saludo omnipotente del Creador a María cambió las relaciones históricas entre el cielo y la tierra de Israel al agregar un sentido superior a la onomástica. La salutación angélica le añadió al significativo nombre de la Virgen una expresión suigéneris, la llamó “llena de gracia”.

La denominación kecharitomene amplió la dimensión profunda del Evangelio en el significado del apelativo dado a la doncella de Nazaret. (“Y el nombre de la Virgen era María”. Lc 1, 26). Además, la santa iglesia católica, bajo la guía de su docto magisterio, instituyó la fiesta del Santísimo Nombre de María (12 de septiembre) incluido el superlativo en respetuoso homenaje a la Madre de Dios.

Sin embargo, algunos líderes de grupos parroquiales colombianos motivados por la insania de los modismos esnobistas insisten en vivir en contravía de las sagradas escrituras. Ellos imponen, dentro de sus clases de catecismo, un adjetivo sustantivado que rompe la tradición bíblica con una frase deplorable: “la mamita María”. Esta expresión coloquial genera dos situaciones críticas, una pregunta y una negación pecaminosa. La interpelación radica en ¿cuál mamita María? La multiplicidad de las respuestas puede hacer sonrojar de vergüenza a cualquier hereje. Y la abjuración persistente divorcia y aleja al feligrés innovador del sentido sagrado de la Palabra.

En síntesis, la solución para la muletilla siniestra, aún dicha con cariño, sería aplicar el primer mandamiento de la esclava del Señor, “Hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38).